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Titirimundi, Alimento de Segovia

El festival de títeres internacional de Segovia, Titirimundi, que ayer dio inicio a su trigésima edición en el Teatro Juan Bravo de la Diputación, bien podría entrar dentro de la marca alimentaria de productos de la tierra que gestiona la propia institución provincial, Alimentos de Segovia. Al menos, según el pregón inaugural que pronunció ayer Quico Cadaval, en el que puso a los títeres nutrientes. Y es que es cierto que muchas veces a la ciudad y a la provincia se la conoce, además de por su cochinillo y sus judiones, por su carrusel de Andrea y sus espectáculos que dibujan sonrisas sobre las caras de niños y mayores.

 Ayer, especialmente, fue a los mayores a quienes se les dibujaron sueños y caras de admiración. Los ojos de los cerca de quinientos espectadores, concejales, diputados y subdelegada de Gobierno incluidos, comenzaron la tarde-noche posándose sobre una pantalla gigante. Junto a ella, y al ritmo de la ‘Primavera' de Vivaldi y de una de las rapsodias húngaras de Liszt, Ferenc Cakó iba trazando sobre un panel con arena, dibujos y más dibujos que partían de otros dibujos, logrando que mientras la imagen siguiente sucedía a la anterior en la pantalla, los asistentes no pudiesen parar de pensar lo trágico que tiene, además de todo lo mágico, tener que dibujar sobre arena tantas historias que son borradas tres segundos después. Si alguien no se había detenido a pensarlo durante la frenética sucesión de dibujos, Quico Cadaval se encargó de señalárselo antes de dar paso al siguiente invitado de la tarde: Jaime Santos, La Chana, un improvisado Noé.

            Con barba de racimo y la gracia en la entonación de alguien que finge servirse un vasito de vino, otro vaso de vino y un tubo del mismo refrigerio, Noé fue contando su propia historia hasta meter a todo el público en su arca. La compañía La Chana, caracterizada por contar episodios de la antigüedad desde un punto de vista diferente, ofreció su particular visión del capítulo bíblico de una forma que hizo reír a los asistentes, especialmente en su tramo final; cuando a la Historia se le sumaron las canciones infantiles históricas sobre animales. Uno de los momentos más divertidos de la tarde al que sólo hizo competencia la gran autoridad del pequeño ser creado, partiendo de dos tiras de gomaespuma en forma de T, por la compañía de Jordi Bertran.

            Como si el humano fuera la marioneta, y el ser inerte el humano, éste hizo y deshizo como quiso la puesta en escena de su propio espectáculo. Mandó tocar la guitarra a un ritmo determinado, mandó al público aplaudir cuando lo creyó necesario y movió dónde y cómo quiso el cuenco de agua al que saltó tras su pirueta, salpicando así de vida a toda una ciudad que se dispone a comprobar en los próximos tres días lo que Quico Cadaval afirmó en su intervención inaugural: que "los muñecos hacen lo que deben y hacen también lo que quieren". Es momento, como cada mayo, de alimentarse de ellos.